26 enero 2007






...una de las necrológicas más bellas la escribió Eduardo Haro Tecglen sobre la muerte de Celia Gámez. El comentario de Haro Tecglen aparecía con el título 'Muere Celia Gámez, cuyas canciones reflejan casi toda la vida de España en este siglo', y con este subtítulo: 'La popular tonadillera, que padecía mal de Alzheimer, será enterrada hoy en Buenos Aires'.

La entradilla sintetizaba informativamente la noticia y la importancia de la tonadillera desaparecida: «A las 10 de la mañana de ayer en Buenos Aires murió, escondida del paso de las décadas, una leyenda española: Celia Gámez, La Celia. El mal de Alzheimer, que la invadía desde hace años, apagó su voz en un hospital geriátrico cercano al arrabal de La Chacarita, en cuyo cementerio será enterrada hoy, cerca de donde la célebre tonadillera nació. Tenía 87 años, pero aquí, en el que fue su Madrid, su edad fue siempre un misterio impenetrable, parte de su identidad, casi desde que llegó a España con su inconfundible voz nasal adolescente. Murió como vivió, rodeada de gente, de su gente. La huella de sus tangos, cuplés y chotis atraviesa casi toda la España de este siglo».
El texto de Haro Tecglen es ya un retrato de toda una época de España:
«La Celia, la llamaba el pueblo madrileño: una adopción. «Eso quien lo canta bien es La Celia», le dijo un día una muchacha española en una casa de París donde estaba escondida, de incógnito, como si huyera de un amante (luego lo cuento), cuando la escuchó tararear la 'Estudiantina portuguesa' mientras se planchaba un traje (todas sabían planchar: costumbre de camerino). Vino aquí con papá, de niña, cantando tangos -con buen estilo, como Imperio Argentina; los paseó por la monarquía, y por el Madrid golfo del teatro Pavón, las churrerías al amanecer -con aguardiente-, los militares ludópatas del Círculo de Bellas Artes, los señoritos con pistola y las 'vedettes' amantes de generales (La Caobita con el dictador Primo de Rivera; y otras que aún viven y tienen título del franquismo). Era una belleza: una gran belleza. Un día le dije que sus fotos en 'Crónica' y en 'Estampa' habían sido una de mis primeras pasiones sexuales de niño y no le hizo gracia: era un recordatorio de la edad. Y lo cierto es que los años le embellecían.

Pasó con felicidad de la monarquía a la República. Como el Madrid golfo, y la Puerta del Sol de los grandes cafés de tratantes de ganado -El Colonial- y los periodistas, los intelectuales -Correos, y Pornbo: tiraron la casa de ese templo, y aún sigue siendo un solar en la calle de Carretas-; hay un gran retrato de época en los primeros tomos de memorias de Cansinos Assens (Alianza Editorial); del tercero no se sabe nada. En esa época le llegó su apogeo: centro de la revista más bien soez de la época, Celia entró en un monumento -cuidado, dentro del género- que fue 'Las Leandras', de Muñoz Román y del maestro Alonso: 'Pichi', 'La java de las viudas'... Los números aún se cantan, y existe un disco con su voz de aquella primera época, aunque trágicamente reformado: la voz es la misma, pero han creído mejorarlo al añadir a su banda sonora una gran orquesta moderna (Colección Con Plumas: dicho sin mala intención).

Celia, falangista: siguió siendo durante toda la República amiga de militares, señoritos con pistola; añorante de un rey por el que no se sabe si tuvo amoríos -era un rey muy aficionado al teatro; muy madrileño y, como todos, ilusionado por Celia Gámez- aunque ella no desmentía nada: ni afirmaba.

Los fascistas pasaron

La guerra civil la cogió fuera, en la gira -entonces se decía 'tournée' por el Norte; y se sumó con alegría y con ilusión. Es verdad que ciertos oficios necesitaban de las clases poderosas para subsistir: las castas que mantenían. Además, esos oficios eran profundamente católicos, y llenaban sus cuartos de imágenes. Celia ganó la guerra y se lanzó a la victoria con un chotis: 'Ya hemos pasao'. Era una respuesta burlona al 'No pasarán' de los madrileños. En las 'Canciones para después de una guerra', de Basilio Martín Patino, está, entero, tal como se filmó entonces: con imágenes de los portadores obligatorios de paz en el contrapunto de la Cibeles protegida por ladrillos y sacos terreros y del Madrid hambriento. No, ciertamente, por voluntad de quienes le defendían, que eran los hambrientos.

Pero Celia, con su triunfo militar, se quedó sin género. ¿Cómo iba a reponer 'Las Leandras'? Era la supuestamente divertida historia de unos provincianos que van a un burdel y se equivocan con un colegio religioso -la orden de las monjas Leandras, o de San Leandro-, y los chistes eran los adecuados: «Tenemos una pupila que hace unas maravillas en puntillas», aludiendo a la labor que aprendía la niña, y a los paletos se les hacía la boca -o lo que fuera- al pensar en esa maravilla pequeñita que se ponía de puntillas para el sexo... Tardaría muchos años en revisarse la letra, el argumento y dejar casi solamente los números para que Celia pudiera reponerla. La revista no cesaba, pero era modosa, con trajes largos y pequeñas insinuaciones sin exageración. Nada de eso era digno de Celia Gámez -o Gómez, su verdadero apellido-: inventó un género.

El matrimonio como escándalo

Y se casó. Quiso entrar en la burguesía por la puerta grande, por la de San Jerónimo el Real. Si sus amores habían sido relativamente escandalosos, su matrimonio lo fue más: una apoteosis de todos los escándalos. En la gran escalinata del templo se habían acumulado miles de madrileños con flores: cuando la vieron llegar vestida de blanco, como una virgen, su indignación fue enorme. Quisieron lanzarse sobre ella para arrancarle lo que les parecía una burla. Iba del brazo de lo quedaba del general Millán Astray, tantas veces caballero mutilado, que era su padrino: y éste tuvo que gritar el clásico «¡A mí la legión!», y los caballeros legionarios les protegieron y entraron con ellos en el templo; y les sacaron por una puerta trasera cuando la multitud lo invadía, persiguiéndoles. Al día siguiente hubo que hacer en los Jerónimos ceremonias especiales de rehabilitación de la iglesia profanada... Unos hermosos espectáculos que ya no se pueden producir.

Todavía le quedaba lo que podría ser su gran amor: el periodista Francisco Lucientes. «Por fin uno del 'Heraldo' se acuesta con Celia», dijo el cínico González Ruano: un cuarto de siglo de retrato. Lo vivieron como una tragedia. Paco dejó todo para dirigir la compañía de revistas; luego, ella dejó el teatro y los dos se fueron a vivir a París Al exilio sexual. No fácil: eran dos temperamentos duros. A Paco le hirió de muerte. Cuando se separaron definitivamente, él fue a Estados Unidos -donde había conseguido su mayor fama- y volvió a España para morir prematuramente. Ella siguió en el teatro: pero ya mal. Se volvió a Buenos Aires. De cuando en cuando volvía: recibía un calor popular, pero tenía que dejarlo. Recuerdo de ella dos imágenes: poniendo el jazmín en la solapa a Lucientes, en la reposición de 'Las Leandras' (censurada), cuando se conocieron; y en París, diciéndome: «Me ha dicho una vidente que seré presidenta de la República Española. Cuando elijan a Paco presidente, claro»: vi que por el bar del hotelito modesto pasaba la sombra de Eva Duarte».


Antonio López Hidalgo, 1999; La necrológica como género periodístico, en Revista Latina de Comunicación Social, número 15, de marzo de 1999, La Laguna (Tenerife), en la siguiente dirección electrónica (URL):
http://www.ull.es/publicaciones/latina/a1999c/114lopez.htm

25 enero 2007





Tenía una belleza rotunda de señora, modos de alteza que va y viene por los salones de la alta sociedad concediendo bailes al galán, delicada pero firme, era Celia Gámez más dama que mujer y más diva que dama. Alta, delgada, con conciencia plena de crecerse ante la mirada masculina del respetable, Celia Gámez acapara la atención y los sueños románticos de miles de admiradores que, de esquina a esquina del país, la desean, la aplauden y la encumbran en la eternidad.

No se sabe bien por qué ni cómo llega a España esta bonaerense nacida en 1.902. Con veinte años canta tangos y entra en el teatro poco después, por la puerta grande, y armando un lío tremendo al estrenar “Las Leandras”, en 1.931, todavía hoy la obra más recordada y más cantada, la primera que viene a la cabeza cuando se habla de Revista y con el mérito de ser conocida incluso por los que aseguran no conocer ninguna. Por la calle de Alcalá, ya saben.




Tenía dos armas que respaldaban sus buenas artes: una voz por encima de la media, sin ser extraordinaria, y una capacidad muy particular para jugar al teatro en terrenos ambiguos, vistiendo con el mismo talento las ropas y los personajes de ambos sexos.

Celia atrajo por fin hacia la Revista al público femenino, que hasta entonces se había mantenido muy al margen del género. Y lo hizo en virtud de un tono teatral más elevado, más colorista, y desde luego más fino, que marcó desde entonces una distancia descomunal entre la Revista gamberra y erótica de los clubes nocturnos, esa del alterne y las cargas policiales contra los travestidos, y la Revista teatral para matrimonios honorables, culta y normalizada socialmente, bien vista.

Celia Gámez protagonizó distintos escándalos de índole personal: su intensa amistad con Millán Astray, su anexión al régimen franquista (que primero le facilitó las cosas y más tarde obstaculizó sus posibilidades de permanencia), una lista interminable de amantes reales o ficticios en algunos casos de sangre azul, sus famosas broncas por los camerinos que hacían temblar los decorados, sus extravagancias con el dinero... Pero más allá de todos esos asuntos, anecdóticos al fin, el escándalo más cierto era Celia Gámez sobre un escenario, concediendo a la Revista una dignidad y una elegancia desconocidas, desde una personalidad artística difícil de explicar que enturbiaba el corazón del espectador. Curiosamente el cine nunca quiso quererla, no la entendió, no consiguió capturar la magia de su tremenda presencia en directo.

Murió el 10 de diciembre de 1.992, en el Buenos Aires de su nacimiento. Y no se llevó ni el homenaje público y oficial que se había ganado, ni una placa en ninguna calle. Mucho me temo que a causa de haber sido la representante del régimen en los escenarios, quedó en el olvido que también había sido la mayor embajadora de la Alta Revista Musical.





20 enero 2007




Es forzoso recordar a la primera de las grandes cupletistas. La Fornarina, nada menos. Hija de una lavandera y de un guardia civil, nació en 1.884 para enseñarle a la música española a enamorarse de las maneras de París. Luego serían todas las demás, pero primero fue Consuelo Vello Cano, La Fornarina. Cantó y conquistó al público con su erotismo tibio, educado y elegante, desde el Actualidades, el Romea y el Kusaal, templos madrileños de aquel cantar liberal y desvergonzado que apenas había comenzado a caminar.

Y el público la adoró, y besó desde entonces las postales con su imagen, y se fijaron en ella todas las que entonces querían ser cupletistas. En 1.907 estrena “Las aventuras de Don Procopio en París”, de José Juan Cadenas y Álvaro Retana, donde La Fornarina funde para siempre su nombre al del cuplé, y se hace eterna muriendo muy joven, con sólo 31 años, en lo más alto de su carrera, y dejando para el recuerdo “Malhaya la suerte mía”, “Ven, Mimí”, “Luna Park”, “La paraguaya”...

De ella escribió Retana: «fue desde el instante de su aparición en un tablado como cupletista el oro de dieciocho quilates imponiéndose a los metales falsos, la espiritualidad incompatible con la plebeyez, la picardía elegante desdeñando la ñoñería. La estrofa más peligrosa de insinuación, en labios de ella mecíase en un claroscuro que permitía la pincelada rosa, pero jamás el rojo encendido. Emanaba de toda su figura ese efluvio atrayente, esa fuerza dominadora de la mujer extraordinariamente femenina»(*)


(*) Extraído de “Historia del arte frívolo”, de Álvaro Retana. Editorial Tesoro, Madrid, 1964.



Como homenaje, dejemos que su voz suene de nuevo, un siglo después.

La Fornarina - La Machicha, de Aventuras de Don Procopio en París, 1.907




15 enero 2007

"... Cinco minutos nada menos,
así se llama la opereta
Cinco minutos nada menos,
la más graciosa y más completa.

Si te figuras que exagero,
pregunta y todos te dirán
que es la obra cumbre de Guerrero
y de José Muñoz Román..."


Eso cantaba la publicidad. Claro que sí, Cinco minutos nada menos tenía su publicidad, integrada como texto musical en la propia obra, que no sólo invitaba a disfrutar de la función y servía como excusa para presentar a sus intérpretes, sino que también recomendaba encarecidamente al público en general que acudiera al Teatro Martín, porque ¡a Martín, a Martín, todo el mundo va a Martín!.

Estrenada el 21 de enero de 1.944, hasta mil ochocientas representaciones seguidas en ese teatro alcanzó esta opereta cómica en dos actos que, al margen del marketing promocional, resultó ser una de las Revistas más importantes, más recordadas, y más representadas también.

En el elenco no faltaba nadie: Maruja Tomás, la impresionante primera vedette de la época, Lepe, Bárcenas, Heredia y Estela como cómicos intachables, y Maruja Tamayo, de segunda pero no de segundona, junto a otros grandes, curtidos en mil batallas: Carlos Casaravilla, siempre tan guapo, Rafael Cervera, Pepita Benavent, Amparo Sara, Paquito Cano, Eguiluz...

Algunas de las piezas de Cinco minutos nada menos se saltaron las barreras del teatro y se colaron para siempre en la cultura musical popular. Es el caso de "La Montijo y sus dragones", un pasodoble que con los años no se sabía si es que había sido utilizado en una Revista o si había partido de ella. Lo mismo ocurre con "Una mirada de mujer", precioso foxtrot mano a mano entre Maruja Tomás y Carlos Casaravilla.

Y es seguramente en la calidad musical donde reside uno de los secretos del éxito de esta opereta, que se preocupa en cubrir además todas las exigencias del público de la época, siempre pendiente de la moda: chotis, fox, rumba, pasodoble, marcha, polca...


Disfrutemos.

01 - ¡Todo el mundo a Martín! - publicidad

02- Dígame - chotis

03 - Si quieres ser feliz con las mujeres - marchiña

04 - La Montijo y sus dragones - pasodoble

05 - La tartamuda y el sordo - rumba

06 - Mujer, mujer - marcha

07 - California - xamba

08 - La polca-ca - polca

09 - Una mirada de mujer - foxtrot

10 - Sueños de mujer - slow fox

14 enero 2007





A Mary Santpere la llamaban la Reina del Paralelo. Hija de Josep Santpere, "Papitu" le decía ella, tremendo personaje del teatro barcelonés de los años 30, Mary encarnó con frescura el centro neurálgico de la Revista Musical Catalana, casi un género aparte, tan despegado de la Revista madrileña que cuando profesionales como Alady, o como la propia Santpere, saltaban a los teatros del centro del país, encontraban un público muy distinto, otro tono, una manera de hacer teatro que requería cierto período de adaptación. Aunque eso es sólo otra muestra de la diversidad y la riqueza de la Revista Musical, y de su inaudita capacidad de transformación.


La Santpere llegó a ser una intocable, una especie de show-woman que cabía en cualquier parte, y que en todas contaba con el cariño del público. Su aportación a la Revista Musical Catalana no se puede listar en frío, ni separar de sus colaboraciones en el cine, en decenas de películas. Desde la gira sudamericana con la compañía de Joaquín Gasa, hasta el espectáculo "Luces de Madrid" con Carmen Morell y Ángel de Andrés, la Santpere no pierde oportunidad de hacerse un hueco en la historia del teatro, con una personalidad que arrasa y la diferencia del resto. En el Circo Price demuestra lo versátil de su talento ante todo el país: presentadora, payaso (fue la primera mujer payaso de Europa), o incluso de mujer forzuda,... y en el 76 en el Teatro Romea defiende a doña Inés con la misma soltura con que hubiese podido atacar el papel de don Juan.

Grandullona, pícara tierna, elegante en su porte desgarbado, Mary Santpere ejercía de maestra de ceremonias sobre el escenario, un punto por encima de su propio personaje, y llegó a ser una especie de garantía de calidad, de sello que validaba el espectáculo, gracias a una capacidad magnética para el humor, para la improvisación y la comunicación con el público, que la recibía sin reservas como quien recibe a una amiga de toda confianza.

08 enero 2007




LAS SEIS REVOLUCIONES DE LINA MORGAN

SEXTA REVOLUCIÓN: Si yo volviese ahora al teatro, sería con una Revista.

Hace más de quince años que se bajó de un escenario y a partir de entonces conforma a su público desde las series de televisión, unas veces con más acierto que otras. Sea como sea, sigue pendiente su regreso al teatro, a su teatro. El público siente que la tele es un divertimento para Lina, una sala de espera mientras se cuece otra cosa más importante.

Puede que su regreso a La Latina no llegue nunca, o puede que esté a punto de ocurrir. Pero hay que ser Lina Morgan para pensar en volver con una Revista. Es la única persona en este país que puede pronunciar una frase como esa. Esa frase resume toda una vida de remar contra la corriente, de saltarse los muros y de jugar con fuego como norma de la casa.

Y ella va y la pronuncia. Conociendo su historial, da mucho respeto verla barajar.

07 enero 2007




LAS SEIS REVOLUCIONES DE LINA MORGAN


QUINTA REVOLUCIÓN: Como la Revista no se puede cambiar, yo ya la he cambiado.

Ni fue automático, ni pienso que calculado. A lo largo de los años sobre el escenario, Lina fue conformando su propio personaje, y también su propia manera de hacer Revista.

Para su personaje eligió retales de aquí y de allá, una mirada de Giulietta Massina, una versión de una reacción de Charlot, un golpe de jota aragonesa, un remache de algo captado en el metro o en un mercado, el recuerdo de un giro del habla popular, una lejana sombra de Cantinflas, un toquecito de clown, una improvisación que cuaja, la parodia de una beata, el instante de sorpresa en los ojos de un niño pequeño... El monstruo se va conformando día a día, ante el público, a lo largo de cuarenta años, atendiendo con rigor a sus reacciones, escuchándolo con ansiedad, contando siempre con su opinión para poner y quitar piezas, para ensamblar el esqueleto de un personaje único, distinto a todos, imperecedero de puro atemporal, con marcas indelebles de genialidad.

De aquella chica de conjunto que soñaba con ser una gran vedette surgió algo mucho mejor, una nueva forma de ser vedette, una que reunía parte de los encantos de la vedette con las maravillas de una actriz cómica personalísima. A partir de Lina Morgan, hacen falta muchas más virtudes para ser una gran vedette.

Y esa nueva forma de ser vedette ganaba su coherencia en una nueva forma de hacer Revista. Lina consiguió lo inaudito, lo imposible, encontrar un medio camino entre la Revista y la comedia musical, un híbrido delicioso, un entre géneros riquísimo en matices, más interesante y más vivo que su punto de partida. Lina le pierde el respeto al sólido reparto de categorías, con su formato casi militar. Lina osa montar números musicales de Revista con ópera, con rock, con música clásica, saltándose los límites celosamente establecidos tras un siglo de tradición. Lina se atreve a hacer Revista Musical para todas las edades, sexos, ideologías y clases sociales, llevando la picardía hacia el humor blanco y guardando en cofre sellado el erotismo, que apenas a fuerza de mucho mirar se adivina, algo impensable que, en vez de anular la esencia de la Revista, la refuerza y vivifica contra todo pronóstico. Transforma una forma teatral sin opciones de supervivencia en una Revista de la democracia, adaptada al público de la democracia, explotando las nuevas posibilidades que este cambio ofrece, y a la vez, conservando en pie un género que sin Lina hubiese desaparecido mucho antes, y lo que es peor, sin dejar ninguna puerta abierta por la que poder regresar algún día.

Porque por encima de todos sus méritos, Lina Morgan marca las pautas de la evolución. Si se hiciera Revista ahora, o dentro de cien años, inevitablemente habría que mirar lo que hizo Lina Morgan, habría que basarse en su trabajo y partir de él. Ningún otro nombre de la profesión se puede atribuir nada semejante a esa responsabilidad. Ninguna otra vedette, más grande o más pequeña, engrandeció hasta ese punto su propio cometido. Ninguna otra mujer arriesgó más por la Revista, ni resulta más necesaria para la historia pasada y futura de la comedia española.

Y ninguna otra, jamás, le hizo sombra a Lina Morgan.




06 enero 2007




LAS SEIS REVOLUCIONES DE LINA MORGAN


CUARTA REVOLUCIÓN: Cuando la decadencia de la Revista sea obvia, me endeudaré hasta el cuello comprando un teatro y lo pagaré haciendo Revista. (O cómo dos y dos son cinco)


A Lina le habían ido muy bien las cosas. Desde aquella primera compañía de revistas había llovido bastante. Después de muchas vueltas, éxitos y fracasos, camerinos sin agua ni luz, codazos y zancadillas, reveses de la fortuna y miles de kilómetros en autobús, formó la suya propia. Y ganó dinero, mucho dinero, y agotó localidades, y reventó taquillas allá por donde pisaba. Era buena, buenísima. Era vedette, sus revoluciones habían triunfado una tras otra. Se subió al cine de la época y reforzó su estrella con algunas películas que se cuentan entre las mejores de esa década, aunque ahora esté feo decirlo. También se coló en televisión su éxito formando pareja cómica con Juanito Navarro.

Más o menos entonces se produce un cambio brutal en el país. Llegaba la democracia, y con ella llegaba el destape, las dulces mieles de la erótica al cine, y los espectáculos nocturnos encuentran libre el paso hacia lo impensable del cuerpo humano.

La Revista tenía las horas contadas. No podía competir, porque en cualquier sala de fiestas se veía más trozo de chica que en una Revista. Su juego de los dobles sentidos ya no tenía ningún sentido porque se podían decir las cosas claras. Su “mira lo que no te enseño” ya empezaba a no conformar a nadie, preferían ver lo que se enseñaba a jugar a las adivinanzas. A su comicidad, a su elástico tono verdoso se le iban los colores ante libertades nunca vistas. Allí había poco que hacer, aunque todavía se sostenían con cierta dignidad las viejas glorias del género, gracias a un público nostálgico que revivía horas de juventud de su mano. Pero desde dentro se veía sin esfuerzo que eran los últimos coletazos de una manera de hacer teatro que cumplía un siglo, y que ya no vería otro. Sálvese quien pueda.

El peor de los momentos, por lo tanto, para que Lina Morgan agarre su caballo, su espada, salte al campo de batalla y se líe a apostar de nuevo contra todo sentido común. Y otra vez a doble o nada.

Hubiese podido adaptarse a interpretar comedias normales y corrientes, fácilmente. Hubiese podido buscar un asiento cómodo en el cine o la tele, como procuraban hacer todas las demás. Pero quizá le había costado tanto llegar a ser vedette que no estaba dispuesta a tirar la toalla ni ante la desaparición de la Revista. Que ya es decir. Así que eligió su reino, el teatro de La Latina, en Madrid. Puso allí su trono, y mandó reunir a su ejército, los compañeros que la habían ayudado a alcanzar la gloria. Recompuso las filas, afiló los metales y se sacó algunos ases de la manga que hicieron que al destino adverso se le volvieran a saltar las lágrimas de desesperación: Vaya par de gemelas, Sí al amor, El último tranvía y Celeste no es un color. Hay lista de espera para conseguir entradas, se fletan autobuses desde cada rincón para ir a adorar a Lina en su palacio, se alcanzan cifras históricas de audiencia durante la retransmisión de las funciones por televisión, y el record de taquilla se apunta en el libro de la historia del teatro de este país. Las cuatro obras saltan las fronteras de su ámbito y acaban como referencia general de la comedia española, como clase magistral de Lina Morgan en su plenitud artística y creativa.

Pero eso no debió ser así. El sentido común decía que aquellas funciones de Lina tenían que ser un fracaso, porque estaban fuera de época, porque venían arrastrando ecos de tiempos pasados y ahora mandaban los tiempos futuros, porque Lina era ya cualquier cosa menos una niña pícara y resultona, porque encima las obras eran “raras” y se saltaban ciertas normas de las que siempre funcionaron en una Revista. No debió ser así. La lógica mandaba que el desastre se cebara en Lina, que se agotaría tratando de sostener en solitario el cuerpo agonizante de la Revista, y las deudas de su teatro recién adquirido la pondrían contra la pared hasta hacerla desaparecer.

No se sabe por medio de qué magias lo pudo conseguir, pero la Reina había vuelto a jugarse la corona a que dos y dos son cinco. Y había vuelto a ganar.





05 enero 2007





LAS SEIS REVOLUCIONES DE LINA MORGAN

TERCERA REVOLUCIÓN: Yo hago las cosas a mi manera. ¿Estamos?

Se trataba de parecer Celia Gámez haciendo el Pichi, para eso el jefe le marcó claramente los puntos claves del número musical. Aquí pones la cara así, aquí te paras, en esta frase haces este gesto, y en esta el otro. ¿Estamos? Estamos, sí señor, estamos.

En cuanto salió al escenario llegada la hora de la verdad, Lina y sus 21 años notan que allí sólo queda ella, su oportunidad y el público. Y nadie más. Y Lina desmorona de tres patadas el Pichi pactado, y se marca el suyo, el que le da la gana, el que le parece más adecuado. Un Pichi a lo Lina Morgan cuando no existía nada que fuera “a lo Lina Morgan”. Lo termina y se marcha al camerino, con la sensación de poder absoluto ya desaparecida. Los golpes en la puerta y la voz del jefe al otro lado la llevan de vuelta a la realidad: ahora es cuando me ponen en la calle. Se acabó.

Pero la llamada es para que salga a saludar, porque el público la reclama. Quieren ver ese Pichi otra vez. Y otra vez. Y otra vez. Y otra vez y otra. Aquella noche, y las que vinieron después, ser Lina Morgan sería mejor que parecerse a Celia Gámez. El público acompañaba su revolución, igual que hubiese podido abuchearla, y entonces la historia posterior sería distinta. O quizá no, quizá la revolución de Lina no tenía obstáculo posible. Quién sabe.










LAS SEIS REVOLUCIONES DE LINA MORGAN

SEGUNDA REVOLUCIÓN: Sirvo para lo que yo diga que sirvo.

Un empresario teatral la avisó cuando no era más que una chica de conjunto, que es como decir una chica del montón. “Tú no sirves para ser vedette”. Mira que se lo dijeron bien claro, y era un buen consejo además.

La vedette era una mujer espléndida, fulgurante. Mucho pecho, candorosamente carnal, con algo de depravada y algo de soñolienta ama de cría. Con algo de perversa y algo de señora del hogar. Mandona y poderosa en los modos, estrictamente femenina en todo, en el pelo, la forma de caminar, los movimientos. Sensual hembra cañón, que manejaba las mareas a golpe de cadera y desesperaba a su corte de palomos aspirantes a amantes con una mirada de reojo que levantaba hasta el asfalto.

Lina era poquita cosa. No era fea, pero tampoco exuberante. Pequeñita, más bien delgada, carita de haberse soltado de la mano de su madre en mitad del Retiro, voz de pedir perdón si en algo he podido molestar. Aunque también vivaracha, espabilada y traviesa. Pero poca cosa, muy poca como para ser vedette. Se veía a la legua. Estaba condenada a rellenar hueco en el fondo del escenario hasta que pusieran a otra, que lo mismo daba. Lo sensato era hacer caso del consejo, dar por bueno lo vivido y volverse a casa.

Pero Lina proclama su segunda revolución otra vez empezando por sí misma. Seré vedette y de las grandes. Y si para eso hace falta cambiar el concepto de vedette, pues se cambia.A la primera oportunidad que le dieron, demostró que los oropeles que adornaban a una vedette escultural no tenían competencia ante el talento. Y ella tenía talento. Eso debía bastar, y ahora ya sabemos que bastó, pero entonces eso sólo lo creía Lina.




04 enero 2007

LAS SEIS REVOLUCIONES DE LINA MORGAN



PRIMERA REVOLUCIÓN: Que venga el futuro, que tenemos que hablar.


Había nacido anunciando el final de una guerra que dejaba a España en los huesos del hambre. Había nacido en el seno de una familia numerosa, hija de obreros en una casa alquilada de un barrio humilde de Madrid. Siendo muy pequeña, la niña Angelines sueña con fama y dinero, sueña con lo más alto de la danza mundial. No hay en su círculo próximo ningún antecedente de artista, ni dinero para pagarle a la niña estudios tan extraños.
Pero ella sueña y soñando deja el colegio y entra por fin en una academia para aprender a bailar. Las cartas cubiertas sobre la mesa podían ser buenas o malas. Pero se supone que antes o después pasará a convertirse en una trabajadora no especializada, que será planchadora, sirvienta, o ayudante de su padre el sastre, tras una infancia de soñar con imposibles. Era lo más previsible en su caso. Y era lo lógico.
La niña Angelines, quizá sin saber que ese era el inicio de una larga carrera, se enrola a los 13 años en una compañía infantil que recorre el país entero con un repertorio de danzas regionales. Era el principio de su revolución personal contra el futuro previsto.
Poco después comienza a trabajar como bailarina en La Parrilla del Rex, conocida sala de fiestas madrileña. Apenas 15 años de edad. De allí a Barcelona, para bailar en el espectáculo de Rafael Farina. Hasta que en 1.952 debuta como chica de conjunto en la Revista, el primer peldaño. Ya estaba apostando muy fuerte por su propio pellejo, aunque todavía no sabe que es Lina Morgan.

03 enero 2007



Aposté con un amigo que era capaz de hablar interminablemente de Revista Musical Española en este blog, sin nombrar a Lina Morgan en ningún momento. Bueno, pues doy la apuesta por perdida. ¡Pero que conste que he aguantado varios meses!
Quizá pueda hablar hasta el fin de mis días sobre Revista, pero sería una injusticia abominable desdeñar el nombre de quien tiene la culpa de que me asomara al género, de quien me despertó la curiosidad por conocer más vedettes, más funciones, más números, de dónde viene y hacia dónde va la Revista. Prefiero perder una apuesta que continuar dejando un hueco tan enorme en esta historia que llena mi blog, y mi cabeza.
Yo llamo a Lina Morgan la Maestra. La Grande. Sí, la Reina. Tengo razones para ello, más allá de la admiración personal o las hipótesis. Más allá de que sea una señora encantadora.
Tengo razones muy reales, basadas en datos rigurosos y en mi conocimiento sobre Revista, sea poco o mucho. Y voy a compartirlas.
Ténganlo en cuenta y luego no digan que nadie los avisó: Lina Morgan mejoró la Revista. Su aportación podría llenar varios estudios teatrales y ser punto de partida para una nueva óptica de la comedia con toda facilidad. Primero la dignificó, después la modificó y terminó haciendo evolucionar un género que parecía intocable y que se moría asfixiado por el peso de los años y de los cambios sociales. Y lo hizo desde el texto, desde la interpretación, desde la improvisación, desde la música, desde la composición escénica...
No aspiro a descubrirle a nadie las américas. Sólo a que cuando oigan en alguna parte "Lina Morgan, la Reina de la Revista", sepan por qué eso no es un halago rimbombante, sino una afirmación del todo prudente.
Ya lo verán.