El Molino. Breve historia (y III)
"Qué polvo tiene el camino
qué polvo tiene El Molino
qué polvo la molinera..."
En 1.913 se crea el actual diseño de fachada y arquitectura interior, la misma que ahora mismo se pudre y se cae a pedazos, mientras sigue catalogada como patrimonio histórico-artístico por el ayuntamiento de Barcelona.
Desde entonces hasta la Guerra Civil, se ocupó de la dirección del Moulin Rouge don Antoni Astell, que le quita el Petit. Astell vivía obsesionado con contratar a Raquel Meller para sacar adelante con algo de brillo un teatro que, inexplicablemente, daba con empresarios cada vez peores. No consigue a la Meller, pero sí conquista a un público más arrabalero, deslenguado, soez, sucio, y consiente las burlas y las faltas de respeto constantes hacia las artistas, incluso las convierte en la carta de presentación de la casa, por ejemplo, ofreciendo cacahuetes a los clientes para que los lancen. Mientras el teatro sigue su camino imparable hacia la ruina, estética y económica, concentra su interés de genial director en acostarse con toda la plantilla.
Por fin el Moulin Rouge pasa a llamarse Molino Rojo, aunque durante una corta temporada, pues al terminar la guerra pierde el color, para evitar dobles lecturas, y a partir de ese momento se llamaría El Molino, a secas.
Por entonces lo había comprado Francisco Serrano, también dueño de El Bataclán, otro histórico teatro. Serrano consigue atraer a un público más civilizado, también más rico y refinado, que paga mejor las copas del alterne y se puede permitir cava. Y al tiempo promueve el estraperlo, sobre todo de penicilina, en las zonas de butacas más discretas.
Durante los años sesenta, tras otro desastre en su economía y un embargo con escuadra de policías incluida, el local queda en manos de la viuda del propietario, una inteligente empresaria, Doña Fernandita, que lleva con mano dura las cuentas y va ajustando, poco a poco, los engranajes de aquella maquinaria hasta hacerla funcionar de nuevo, al menos durante un tiempo, hasta que las salas de fiesta de este tipo ven la decadencia y cierran todas, una por una, de forma definitiva a mediados de los noventa.
El Molino inventó a Johnson, a la Bella Dorita, a Escamillo, a La Maña, le dio al artista homosexual y al travestido una oportunidad que no daban, y siguen sin dar, los “teatros serios”. El Molino se saltó la censura y la política, la guerra y el hambre, porque era un mundo propio con normas propias, y desde las pájaras hasta las molineras, ofreció a la España de todas las épocas una lección constante de libertad, de sublimación de lo popular, de grandeza de barrio, de erotismo sano sin hipocresía. Hagamos girar El Molino de nuevo.
Por fin el Moulin Rouge pasa a llamarse Molino Rojo, aunque durante una corta temporada, pues al terminar la guerra pierde el color, para evitar dobles lecturas, y a partir de ese momento se llamaría El Molino, a secas.
Por entonces lo había comprado Francisco Serrano, también dueño de El Bataclán, otro histórico teatro. Serrano consigue atraer a un público más civilizado, también más rico y refinado, que paga mejor las copas del alterne y se puede permitir cava. Y al tiempo promueve el estraperlo, sobre todo de penicilina, en las zonas de butacas más discretas.
Durante los años sesenta, tras otro desastre en su economía y un embargo con escuadra de policías incluida, el local queda en manos de la viuda del propietario, una inteligente empresaria, Doña Fernandita, que lleva con mano dura las cuentas y va ajustando, poco a poco, los engranajes de aquella maquinaria hasta hacerla funcionar de nuevo, al menos durante un tiempo, hasta que las salas de fiesta de este tipo ven la decadencia y cierran todas, una por una, de forma definitiva a mediados de los noventa.
El Molino inventó a Johnson, a la Bella Dorita, a Escamillo, a La Maña, le dio al artista homosexual y al travestido una oportunidad que no daban, y siguen sin dar, los “teatros serios”. El Molino se saltó la censura y la política, la guerra y el hambre, porque era un mundo propio con normas propias, y desde las pájaras hasta las molineras, ofreció a la España de todas las épocas una lección constante de libertad, de sublimación de lo popular, de grandeza de barrio, de erotismo sano sin hipocresía. Hagamos girar El Molino de nuevo.
4 comentarios:
¡Gracias por esta historia del Molino, que he seguido, como enamorado del Paralelo y de lo que representó, con auténtico placer! Recuerdas el Bataclán, y sería bueno también hacer la historia de ese teatro. Por cierto, se habla de él en una impresionante obra teatral moderna: "Flor de otoño", de Rodríguez Méndez, que tan bien describe la Barcelona "canalla" de finales de la dictadura de Primo de Rivera. Tuvimos el placer de verla espléndidamente representada en otra sala que ya no existe, en el entrañable y libertario Barrio de Gracia: Artembrut. ¡Qué tristeza cuando cae el telón sobre otro espacio teatral más!
Qué bien escribes nena!!
:) qué historietas más cañises, eh.
Hola Aswad, te conocí al comentar mi post en treintaytantos y llegue a tu blog.
Me gustaría poder hacer girar de nuevo el molino contigo.
Gracias por compartir tu blog y tus pensamientos.
Juanma
Bueno, yo viví ahí unos cuantos añitos...
(Foto original: entreacte)
Y le hice a usted un pequeño homenaje, hace también lo suyo...
En cuanto al camino de regreso, ni puñetera idea, señora.
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