05 enero 2007




LAS SEIS REVOLUCIONES DE LINA MORGAN

SEGUNDA REVOLUCIÓN: Sirvo para lo que yo diga que sirvo.

Un empresario teatral la avisó cuando no era más que una chica de conjunto, que es como decir una chica del montón. “Tú no sirves para ser vedette”. Mira que se lo dijeron bien claro, y era un buen consejo además.

La vedette era una mujer espléndida, fulgurante. Mucho pecho, candorosamente carnal, con algo de depravada y algo de soñolienta ama de cría. Con algo de perversa y algo de señora del hogar. Mandona y poderosa en los modos, estrictamente femenina en todo, en el pelo, la forma de caminar, los movimientos. Sensual hembra cañón, que manejaba las mareas a golpe de cadera y desesperaba a su corte de palomos aspirantes a amantes con una mirada de reojo que levantaba hasta el asfalto.

Lina era poquita cosa. No era fea, pero tampoco exuberante. Pequeñita, más bien delgada, carita de haberse soltado de la mano de su madre en mitad del Retiro, voz de pedir perdón si en algo he podido molestar. Aunque también vivaracha, espabilada y traviesa. Pero poca cosa, muy poca como para ser vedette. Se veía a la legua. Estaba condenada a rellenar hueco en el fondo del escenario hasta que pusieran a otra, que lo mismo daba. Lo sensato era hacer caso del consejo, dar por bueno lo vivido y volverse a casa.

Pero Lina proclama su segunda revolución otra vez empezando por sí misma. Seré vedette y de las grandes. Y si para eso hace falta cambiar el concepto de vedette, pues se cambia.A la primera oportunidad que le dieron, demostró que los oropeles que adornaban a una vedette escultural no tenían competencia ante el talento. Y ella tenía talento. Eso debía bastar, y ahora ya sabemos que bastó, pero entonces eso sólo lo creía Lina.




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