15 marzo 2007




DEL SCHOTTISH AL CHOTÍS 1ª parte


Siempre he pensado que una ciudad, para conocerla a fondo debe ser degustada, vista y oída.

Madrid, bellísima capital cuya contemplación te arroba, adquiere más contundencia si saboreas un buen cocido madrileño o esos deliciosos soldaditos de Pavía que te sirven, tras algún que otro empujón, en Casa Labra, cerca de Sol.

Madrid, “la ciudad sonora” como la definió Víctor Ruiz Albéniz (a la sazón abuelo del Alcalde actual) está huérfana, por ejemplo, del castizo soniquete de un organillo brindando en cualquier esquina los compases de un buen chótis. Madrid, ciudad cosmopolita donde las haya, se ha quedado sin música autóctona y ni siquiera la Zarzuela, joya indiscutible de nuestra música o la deliciosa Revista, se pueden contemplar y escuchar asiduamente. Pero como nuestra lírica tiene aún buenos defensores, déjenme que yo me ocupe y les cuente la historia, sin duda rocambolesca, del chótis o chotís (que de igual forma se acentúa).

Parece ser que en sus comienzas andaba disfrazado de country dance popular danza que bailaban los campesinos escoceses, es decir, schottish ¿van viendo el parecido?

A comienzos del siglo XVIII pasó de Escocia a Francia y allí se popularizó siendo llamado el baile anglaise o écossaise. Treinta años más tarde ya andaba por Alemania donde músicos de la talla de Beethoven, Schubert o Chopin compusieron écossaises para piano. El baile fue evolucionando hasta el punto que surgió una variante a la que llamaron Schottish (palabra alemana que significa "escocés"). En 1840 el Schottish desaparece de Alemania al ser desplazado por la polka Checa. Pero aquello no significó su desaparición… aún le quedaban al schottish muchos caminos que recorrer. Y en su deambular fue a parar donde le dieron mejor cobijo: Madrid.

(continuará…)


Olga María Ramos
Publicado en la revista Viajes y Turismo

www.olgamariaramos.com

Organillo tocando el chotís Madrid


1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Ay,Olga María! ¡Ay, amiga Aswad! ¡Menudo tema! Ante tanta competencia no me atrevo a intervenir sino para echar un cuarto emocionado a espadas, a la espera de seguir empapándome de historia del chotis de la mano de vosotras.
Y una de mis reflexiones favoritas sobre Madrid y su tipismo radica precisamente en que, mientras por todas partes con mayor o menor acierto y verdad histórica se reivindica el carácter autóctono de bailes y celebraciones populares, en Madrid las pocas cosas típicas que tenemos nos vienen (¡y a mucha honra!) de fuera: el chotis, de la lejana y brumosa Escocia a través de media Europa; los mantones, de la China pasados por Manila, al igual que los clásicos farolillos verbeneros, que más chinos imposible; los organillos, italianos, como lo demuestra el apellido de una de las famosas sagas de fabricantes: los Apruzzese (de la italiana región de los Abruzzos); hasta la morcilla que echamos al cocido, que es la de Burgos... Eso dice mucho del talante de una ciudad, ¿verdad? Nuestro mejor alcalde, un rey italiano, e italianos los mejores arquitectos que nos dieron símbolos tan madrileños como la Puerta de Alcalá y el Palacio de Oriente, italiano todo él de los pies a la cabeza, como el que (pero esto ya es apreciación personal) fue el mejor rey que ha tenido España, el desaprovechado Amadeo I...
Volviendo al chotis, también me gustaría apuntar la tradición, no por probablemente apócrifa menos sugestiva, según la cual el chotis nos lo habrían traído, en fecha bastante más temprana, alguno de los regimientos escoceses que nos ayudaron en la Francesada, de estancia en la Villa y Corte. Quién sabe... También los mundialmente famosos encajes de Almagro, al parecer, fueron fruto de la estancia de unos meses, durante la obligada parada invernal, de nuestra infortunada reina Dª Juana I en la hermosa cabeza del Campo de Calatrava, al séquito del cadáver de su hermoso y casquivano esposo, rumbo ya a su sepulcro granadino. Parece ser que durante esos meses las damas flamencas de la casa de la Reina enseñaron a las almagreñas los secretos de los primores de Brujas... y hasta hoy. Volviendo al chotis (perdón por tanta digresión), también gusta pensar que un eco, unretazo de esas danzas populares interpretadas por las bandas militares en los raros momentos de asueto, quedara prendido entre las piedras seculares de la calle del Sacramento o en las puntas de algún chapitel de la Plaza Mayor... hasta que materializarse años después en medio de una verbena (kermés, por más señas, de raigambre alemana).
Por último, querida Olga María, comparto tu pena e indignación por el nulo interés que parece despertar en los munícipes madrileños la conservación y el fomento del organillo y de su música, tan consustanciales con Madrid.
Y mil perdones por la prolijidad, amigas.