
El Molino. Breve historia (I)
En 1.898, el dueño de una tasca de mala muerte a la que llamaban La Pajarera, sita en el Paralelo, harto de marineros borrachos y de albañiles escandalosos, vende su negocio por 100 ptas a un andaluz que había llegado a Barcelona con la intención de hacer fortuna. Este cambia el nombre de la taberna por el de La Pajarera Catalana, y monta en el local un tembloroso tablado de tres metros de largo, y tras él, unas cortinas que ocultan las literas que servirían de hogar al puñado de jóvenes sevillanas, jornaleras del olivo y criadas, encargadas del cuadro flamenco. Más tarde, se les uniría también un travesti que contaba chistes. No había sueldo y los trajes corrían a cuenta de las artistas, pero tenían el pan, el vino y la litera asegurados.
Cuando el fútbol comenzó a ser una verdadera competencia, y la tensión política y social mantenía a los obreros demasiado preocupados como para pensar en divertirse, en la Pajarera se contrataron algunas prostitutas que animaran el cotarro y reforzaran la oferta de ocio del local, pero el negocio sigue su cuesta abajo. Un día llegan unos franceses y compran aquel desastre por 500 ptas, lo reconstruyen, y lo llaman Petit Palais, aunque eso sí, prescinden de los servicios de las prostitutas y de las voluntariosas artistas, que se quedan en la calle de la noche a la mañana.
Algunas buscaron trabajo en las fábricas de textil, otras regresaron a su tierra, y otras, empeñadas en ser artistas a pesar de todo, esperaron la buena suerte de una nueva oportunidad en el mundo del espectáculo bajo las sábanas del camastro del dueño de una pensión próxima que las acogía "de manera gratuita", altruismo que era bien conocido por los barrios bajos de la ciudad.
Había nacido, por lo tanto, el Petit Palais, un negocio diseñado para copiar los espectáculos nocturnos de los cabarets de París, que ya adornaban sus marquesinas de luces de colores con un vocablo extraño que terminaría inundando toda Europa: Music-Hall.
Manifestación virtual a favor de la recuperación del Molino del Paralelo barcelonés
1 comentario:
Era hora que alguien se ocupara de la historia de ése y de otros "templos" de estos géneros. Siempre me da pena pasar por allí y ver la silueta triste del molino sin luces ni coloristas carteles, como un poco más abajo el Arnau, al que sólo le mantiene en vida el bar (si es que aún "rexiste"), precisamente delante de la estatua que recordabas en otro post, de la gran Raquel Meller. Me asociaré de inmediato a la mani virtual. No vivo en Barcelona, pero hace tiempo oí que había un proyecto de que el propio Liceo se hiciera cargo de esa sala. Ignoro la verosimilitud de esta noticia. Gracias por tu labor de mantener vivo el recuerdo de tantas cosas hermosas.
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