...una de las necrológicas más bellas la escribió Eduardo Haro Tecglen sobre la muerte de Celia Gámez. El comentario de Haro Tecglen aparecía con el título 'Muere Celia Gámez, cuyas canciones reflejan casi toda la vida de España en este siglo', y con este subtítulo: 'La popular tonadillera, que padecía mal de Alzheimer, será enterrada hoy en Buenos Aires'.
La entradilla sintetizaba informativamente la noticia y la importancia de la tonadillera desaparecida: «A las 10 de la mañana de ayer en Buenos Aires murió, escondida del paso de las décadas, una leyenda española: Celia Gámez, La Celia. El mal de Alzheimer, que la invadía desde hace años, apagó su voz en un hospital geriátrico cercano al arrabal de La Chacarita, en cuyo cementerio será enterrada hoy, cerca de donde la célebre tonadillera nació. Tenía 87 años, pero aquí, en el que fue su Madrid, su edad fue siempre un misterio impenetrable, parte de su identidad, casi desde que llegó a España con su inconfundible voz nasal adolescente. Murió como vivió, rodeada de gente, de su gente. La huella de sus tangos, cuplés y chotis atraviesa casi toda la España de este siglo».
El texto de Haro Tecglen es ya un retrato de toda una época de España:
«La Celia, la llamaba el pueblo madrileño: una adopción. «Eso quien lo canta bien es La Celia», le dijo un día una muchacha española en una casa de París donde estaba escondida, de incógnito, como si huyera de un amante (luego lo cuento), cuando la escuchó tararear la 'Estudiantina portuguesa' mientras se planchaba un traje (todas sabían planchar: costumbre de camerino). Vino aquí con papá, de niña, cantando tangos -con buen estilo, como Imperio Argentina; los paseó por la monarquía, y por el Madrid golfo del teatro Pavón, las churrerías al amanecer -con aguardiente-, los militares ludópatas del Círculo de Bellas Artes, los señoritos con pistola y las 'vedettes' amantes de generales (La Caobita con el dictador Primo de Rivera; y otras que aún viven y tienen título del franquismo). Era una belleza: una gran belleza. Un día le dije que sus fotos en 'Crónica' y en 'Estampa' habían sido una de mis primeras pasiones sexuales de niño y no le hizo gracia: era un recordatorio de la edad. Y lo cierto es que los años le embellecían.
«La Celia, la llamaba el pueblo madrileño: una adopción. «Eso quien lo canta bien es La Celia», le dijo un día una muchacha española en una casa de París donde estaba escondida, de incógnito, como si huyera de un amante (luego lo cuento), cuando la escuchó tararear la 'Estudiantina portuguesa' mientras se planchaba un traje (todas sabían planchar: costumbre de camerino). Vino aquí con papá, de niña, cantando tangos -con buen estilo, como Imperio Argentina; los paseó por la monarquía, y por el Madrid golfo del teatro Pavón, las churrerías al amanecer -con aguardiente-, los militares ludópatas del Círculo de Bellas Artes, los señoritos con pistola y las 'vedettes' amantes de generales (La Caobita con el dictador Primo de Rivera; y otras que aún viven y tienen título del franquismo). Era una belleza: una gran belleza. Un día le dije que sus fotos en 'Crónica' y en 'Estampa' habían sido una de mis primeras pasiones sexuales de niño y no le hizo gracia: era un recordatorio de la edad. Y lo cierto es que los años le embellecían.
Pasó con felicidad de la monarquía a la República. Como el Madrid golfo, y la Puerta del Sol de los grandes cafés de tratantes de ganado -El Colonial- y los periodistas, los intelectuales -Correos, y Pornbo: tiraron la casa de ese templo, y aún sigue siendo un solar en la calle de Carretas-; hay un gran retrato de época en los primeros tomos de memorias de Cansinos Assens (Alianza Editorial); del tercero no se sabe nada. En esa época le llegó su apogeo: centro de la revista más bien soez de la época, Celia entró en un monumento -cuidado, dentro del género- que fue 'Las Leandras', de Muñoz Román y del maestro Alonso: 'Pichi', 'La java de las viudas'... Los números aún se cantan, y existe un disco con su voz de aquella primera época, aunque trágicamente reformado: la voz es la misma, pero han creído mejorarlo al añadir a su banda sonora una gran orquesta moderna (Colección Con Plumas: dicho sin mala intención).
Celia, falangista: siguió siendo durante toda la República amiga de militares, señoritos con pistola; añorante de un rey por el que no se sabe si tuvo amoríos -era un rey muy aficionado al teatro; muy madrileño y, como todos, ilusionado por Celia Gámez- aunque ella no desmentía nada: ni afirmaba.
Los fascistas pasaron
La guerra civil la cogió fuera, en la gira -entonces se decía 'tournée' por el Norte; y se sumó con alegría y con ilusión. Es verdad que ciertos oficios necesitaban de las clases poderosas para subsistir: las castas que mantenían. Además, esos oficios eran profundamente católicos, y llenaban sus cuartos de imágenes. Celia ganó la guerra y se lanzó a la victoria con un chotis: 'Ya hemos pasao'. Era una respuesta burlona al 'No pasarán' de los madrileños. En las 'Canciones para después de una guerra', de Basilio Martín Patino, está, entero, tal como se filmó entonces: con imágenes de los portadores obligatorios de paz en el contrapunto de la Cibeles protegida por ladrillos y sacos terreros y del Madrid hambriento. No, ciertamente, por voluntad de quienes le defendían, que eran los hambrientos.
Pero Celia, con su triunfo militar, se quedó sin género. ¿Cómo iba a reponer 'Las Leandras'? Era la supuestamente divertida historia de unos provincianos que van a un burdel y se equivocan con un colegio religioso -la orden de las monjas Leandras, o de San Leandro-, y los chistes eran los adecuados: «Tenemos una pupila que hace unas maravillas en puntillas», aludiendo a la labor que aprendía la niña, y a los paletos se les hacía la boca -o lo que fuera- al pensar en esa maravilla pequeñita que se ponía de puntillas para el sexo... Tardaría muchos años en revisarse la letra, el argumento y dejar casi solamente los números para que Celia pudiera reponerla. La revista no cesaba, pero era modosa, con trajes largos y pequeñas insinuaciones sin exageración. Nada de eso era digno de Celia Gámez -o Gómez, su verdadero apellido-: inventó un género.
El matrimonio como escándalo
Y se casó. Quiso entrar en la burguesía por la puerta grande, por la de San Jerónimo el Real. Si sus amores habían sido relativamente escandalosos, su matrimonio lo fue más: una apoteosis de todos los escándalos. En la gran escalinata del templo se habían acumulado miles de madrileños con flores: cuando la vieron llegar vestida de blanco, como una virgen, su indignación fue enorme. Quisieron lanzarse sobre ella para arrancarle lo que les parecía una burla. Iba del brazo de lo quedaba del general Millán Astray, tantas veces caballero mutilado, que era su padrino: y éste tuvo que gritar el clásico «¡A mí la legión!», y los caballeros legionarios les protegieron y entraron con ellos en el templo; y les sacaron por una puerta trasera cuando la multitud lo invadía, persiguiéndoles. Al día siguiente hubo que hacer en los Jerónimos ceremonias especiales de rehabilitación de la iglesia profanada... Unos hermosos espectáculos que ya no se pueden producir.
Todavía le quedaba lo que podría ser su gran amor: el periodista Francisco Lucientes. «Por fin uno del 'Heraldo' se acuesta con Celia», dijo el cínico González Ruano: un cuarto de siglo de retrato. Lo vivieron como una tragedia. Paco dejó todo para dirigir la compañía de revistas; luego, ella dejó el teatro y los dos se fueron a vivir a París Al exilio sexual. No fácil: eran dos temperamentos duros. A Paco le hirió de muerte. Cuando se separaron definitivamente, él fue a Estados Unidos -donde había conseguido su mayor fama- y volvió a España para morir prematuramente. Ella siguió en el teatro: pero ya mal. Se volvió a Buenos Aires. De cuando en cuando volvía: recibía un calor popular, pero tenía que dejarlo. Recuerdo de ella dos imágenes: poniendo el jazmín en la solapa a Lucientes, en la reposición de 'Las Leandras' (censurada), cuando se conocieron; y en París, diciéndome: «Me ha dicho una vidente que seré presidenta de la República Española. Cuando elijan a Paco presidente, claro»: vi que por el bar del hotelito modesto pasaba la sombra de Eva Duarte».
Antonio López Hidalgo, 1999; La necrológica como género periodístico, en Revista Latina de Comunicación Social, número 15, de marzo de 1999, La Laguna (Tenerife), en la siguiente dirección electrónica (URL):
http://www.ull.es/publicaciones/latina/a1999c/114lopez.htm
2 comentarios:
Señora Aswad, como Gatopardo ha bloqueado su blog para que nadie más se pueda reír de su boutade sobre Acumán y he visto que usted, junto con el espía que surgió de la cloaca (que es ella misma) son las únicas que le dan la razón aprovecho este espacio para decirle que si ha necesitado largas horas de meditación para darse cuenta de que el sr. Carcelén huele a azufre debe ser por lo que decíamos de pequeños sobre las ventosidades: quien la huele debajo la tiene. El sr. Carcelén me resulta tan estomagante como Gatpardo, pero él va a cara descubierta y en las tonterías que hace es coherente, lo que se agradece, Gatopardo y usted hacen las mismas o peores tonterías amparándose en los nicks. Son ustedes repugnantes.Un beso para el geriátrico
El homenaje a Celia está bordado. Y tiene toda la intención y la elegancia de una época del periodismo que ya no volverá.
Yo vi a Celia Gamez en una de sus últimas actuaciones, ya casi una máscara, y fue tristísimo por una parte, y por otra, fue una lección cómo supo disimular sus limitaciones con profesionalidad. Y llenaba el escenario sin moverse.
Mis respetos
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